MIO CID.Cantar II y III
Cantar II: Bodas de las hijas del Cid
Comienza este cantar con las campañas que el Cid inicia por tierras valencianas, en dirección al Mediterráneo, la "mar salada" que llama el juglar. Conquista y gana con facilidad Jérica, Onda, Almenar y Murviedro, con lo que se va cumpliendo aquella promesa del ángel, y afirmándose la fe y la confianza en el ánimo de los desterrados, ponen su mira en la propia ciudad de Valencia, rica y poderosa en aquel entonces. El miedo cunde entre los valenciano, mientras las correrías del Cid, que van durando ya tres años, desbaratan poco a poco la resistencia del moro con la toma de algunas villas de esa región, como Peña Cadiella. Talados sus campos, sin pan por largo tiempo, abandonados por el rey de Marruecos, que estaba empeñado en otra guerra, el ánimo del moro valenciano decae.Cantar III: La afrenta de Corpes
Estaba pues el Cid con sus yernos en Valencia la mayor, cuando un malhadado día, mientras reposaba el Campeador sobre un escaño, un león de los que tenía tras rejas para su solaz se escapó de la jaula y anduvo suelto por el palacio con el consiguiente pánico de la gente. Al entrar en la sala en que Ruy Díaz dormía, los que estaban allí, venciendo su natural temor, embrazaron los mantos y rodearon el escaño. No así los infantes, uno de los cuales, Diego, salió gritando de la cámara, "Non veré Carrión", hasta esconderse, sobresaltado, detrás de una gruesa viga, "metiós con grant pavor; el manto e el brial todo suzio lo sacó". El otro, Fernando, no halla dónde esconderse y se mete, espantado, debajo del banco en que duerme el Campeador. Despierta el Cid, se incorpora y apartando a los varones que protegían su escaño, se dirige al león que, al verle venir, se atemoriza, baja la cabeza e hinca el hocico. Por el cuello le toma don Rodrigo, y ante el asombro de los cortesanos le conduce a la jaula. Pregunta luego por sus yernos, y nadie sabe darle razón de ellos, y aunque les llaman no responden. Cuando, al fin, dan con sus escondites, les encuentra demudados, sin color. La corte no cesa de burlarse hasta que el Cid prohíbe los comentarios, por no apesadumbrar más a sus yernos ni herir su orgullosa naturaleza.Callan los de la corte, pero en su interior tienen a los infantes por unos cobardes, opinión que se verá afianzada cuando el rey Búcar ataca a Valencia. Mientras los del Cid, al contemplar las cincuenta mil tiendas del enemigo, se alegran, los infantes se entristecen sobremanera y, apartándose de los demás caballeros, se comunican sus secretas preocupaciones: al casarse con las hijas del Cid pensaron en las ganancias, mas no en las posibles pérdidas, y esta batalla, que va a ser muy dura, no la ven con buenos ojos. Suspiran los infantes por la apacible y lejana Carrión, y ya creen que dejarán viudas a las hijas del Campeador. Junto a los infantes había puesto el Cid a Muño Gustioz y Pero Vermúdez "que soplessen sus mañas d'iffantes de Carrión". El primero oye las reflexiones de don Diego y don Fernando e irónicamente se las trasmite al Cid: "He aquí que vuestros yernos son tan osados y valientes que al ir a entrar en batalla echan de menos Carrión. Idlos a consolar, que no entren en batalla y se q ueden en paz".
Sonriendo, el Cid va en busca de los infantes, y con dulzura les reprocha que mientras él desea lidiar, ellos suspiren por sus tierras de Carrión; para tranquilizarlos les permite que se queden holgando en Valencia, a pesar de que había transcurrido el año de las bodas, que era el plazo, según los fueros, durante el cual estaban excusados los caballeros de intervenir en acciones guerreras.
En el manuscrito del Poema hay una laguna de cincuenta versos que se suplen con el texto de la “Crónica de los Veinte Reyes”. Esta crónica relata que envió Búcar un mensajero exigiendo la entrega de Valencia y que el Cid respondió al enviado: "Id a decir a Bucar, a aquel hijo de enemigo, que antes de tres días le daré lo que él pide". Armó el Campeador a sus mesnadas; cuando las tuvo listas para entrar en batalla, los infantes pidieron que les fuese permitido ir en la vanguardia. Don Fernando se adelantó para atacar a un moro llamado Aladrat con desusada valentía; mas, al ver que el morazo también arremetía contra él, vuelve grupas y huye sin esperarle. Pero Vermúdez, que le acompañaba, detuvo a Aladrat y le dio muerte; tomando el caballo sin jinete, va en pos del infante que aun huye y le dice: "Don Fernando, tomad este caballo y decid a todos que vos matasteis al moro, su dueño, y yo le atestiguaré". Con la agradecida respuesta d el infante se reinician los versos del cantar.
La batalla se ha empeñado con bríos y valentía. Los capitanes que aguardaban órdenes atacan con sus mesnadas; el obispo don Jerónimo, que ha salido de su tierra "por sabor que avia de algún moro matare", viene con todas sus armas a recabar la autorización del Cid para entrar en el combate: allí le podréis ver con dos golpes de lanza matar a dos enemigos y, quebrada la lanza, meter mano a la espada y derribar a cinco con ella; pero muchos moros le cercan y apenas la armadura le defiende ya de los golpes, cuando el Cid va en su socorro. Abandona a los infantes que, asustados con el ruido de los tambores, que por primera vez oían, por su gusto y si les fuera posible de allí se habrían marchado.
Con la intervención del Cid, la batalla se decide; Minaya, Pero Vermúdez y los otros esfuerzan su brazo ante el arrojo de su capitán: cabezas con yelmo ruedan por la tierra, brazos con loriga son cortados y aumentan la confusión de la lucha los numerosos caballos sin dueños que corren por el campo. Siete millas dura la persecución. El Cid va tras Búcar, a quien grita irónicamente cumplidos de amistad, y cerca ya del mar le alcanza; con su espada Colada le da tal golpe que le arranca los carbunclos del yelmo y la espada penetra por la mitad de la cabeza hasta la cintura. En esta ocasión gana Ruy Díaz la espada Tizona, que bien vale mil marcos de oro.
Vanidosos andan los infantes con las alabanzas que el Cid, crédulo y de todo corazón, les prodiga por su valentía. Fernando no deja de decir fanfarronadas:
venciemos moros / en campo e matamos
a aquel rey Búcar, / traydor provado
y los cortesanos ríen abiertamente, no recordando haber visto a los infantes ni entre los que combatían ni entre los perseguidores. Las burlas se hacen día a día más incisivas y dolorosas, tanto que los infantes deciden abandonar Valencia
llevándose sus bienes y sus esposas. No quisiera ni oír el juglar lo que ellos traman:
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